miércoles, 4 de mayo de 2011

Cuento de 1000 palabras

YO SOLO QUERIA UN CIGARRO

Estoy terriblemente aburrida y no sé qué hacer. Siento venir al hastío directamente hacia mí para darme un golpe certero en el alma hueca y no sé cómo huir de él. Hoy es tres de enero y para variar estoy sola, sin nadie con quién hablar, tumbada en un sofá contemplando el techo húmedo de mi cuarto. Una agenda llena de números pero ninguno como para poder llamar a esta hora maldita.
Decido salir a caminar un poco. A veces suelo caminar sola para distraerme, a veces funciona, pero a veces lo único que consigo es cansarme. La lluvia jodida; que molesta en la cara; que no moja demasiado; la lluvia hipócrita, no cesa. No hay cigarros en mis bolsillos y necesito uno urgente. Una tienda: difícil de encontrar abierta por este barrio y a esta hora (Rímac, 11.00 P.m.). No conozco muy bien por aquí. Estoy despeinada, sin bañarme, con las bastas mojadas y sucias de barro. La lluvia me molesta, no me deja ver bien. Una luz blanca mojada, que por momentos parece ser un arco iris, me indica que hay una bodega abierta:
-Un Marlboro rojo por favor...
-Sólo hay Salem.
Maldigo para mis adentros. Ojala me gustaran los mentolados. Salgo de la tienda y mi desconcierto aumenta. No sé a dónde ir. Ver las calles así, mojadas, oscuras, sin mucha gente hacen que me de cuenta de mi realidad: me siento infinitamente sola, estoy sola.
Tengo un poco de miedo: ciento que algo puede pasar de pronto pero aún así decido ir más allá. Veo otro fluorescente que despide luz mojada igual que el anterior. No creo que tengan los cigarros que quiero pero igual decido ir.
La tienda huele a humedad, tiene unas cuantas verduras secas, algunas golosinas y pocos cigarros.
Sé que no hay Marlboro, y lo más probable es que la cholita que atiende piense que "Marlboro" es el nombre de algún actor gringo. A un costado de la tienda un grupo de chicos conversan con desgano. Pienso por unos segundos lo estúpida que se me escucharía pidiendo un Marlboro en aquella tienda casi provinciana. Pero ahora estoy parada frente a la reja mirando directamente a los ojos a la pequeña cholita que espera que pida algo. Sólo atino a decir:
-¿Tiene camotes?
-Se han acabado…
Doy media vuelta lista para irme y veo que alguien saca un Marlboro de su bolsillo y lo enciende. Lo miro atónita. Me es difícil describirlo ahora. Sería poco decir que no era muy blanco, que tenía el cabello corto, oscuro, ondulado, los ojos oscuros, una camisa de cuadros. Mejor podría decir que era un chico joven, casi de mi tamaño, bello como un ángel. Me imagino la publicidad de un ángel fumando: sería perfecta. A esta hora y en este barrio de mierda aquel chico sólo podía ser una visión; pero descubro que es real cuando aspira el humo de su cigarro y me dice:
-De repente puedes encontrar camotes en la otra tienda.
Sabía a qué tienda se refería, pues yo venía de allí. Sin embargo le pregunto:
-¿Dónde queda exactamente? No conozco muy bien por aquí...
Me explica con señas y palabras pero no le presto atención. Me he quedado estúpida mirándolo.
-Gracias- respondo y me voy.
Sigue lloviendo. Decido ir por el camino más largo.
Necesito caminar, quizás así la confusión por la que atravieso desaparezca.
Después de tres cuadras, sigo con la mente vacía, en blanco. Resbalo, caigo y me golpeo. Estoy sucia de barro. Las manos me arden y las rodillas me duelen. Permanezco sentada en la humedad y suciedad de aquella vereda. No me importa. Me doy cuenta entonces de lo desarreglada que estoy. Me fastidia. No sé qué hacer. Abrazo mis rodillas y hundo mi cabeza en ellas. Empiezo a llorar y siento punzar a las gotas de garúa sobre mi nuca desnuda como alfileres. No sé cuánto tiempo he estado ahí, me paro cuando empiezo a estornudar y mi ropa está ya húmeda.
Llego a casa. Mecánicamente marco un número en el teléfono. Seguramente es de alguna amiga, pero no sé exactamente de quien. No me importa, sólo necesito contarle esto a alguien, a quién sea. Nadie contesta. Cuelgo.
Necesito un cigarro fuerte. Necesito saber quién es él. ¿Será que la soledad la vuelve a uno vulnerable? Quizás no era bello; quizás era un chico cualquiera, un tipo común; pero me habló. Tal vez necesitaba alguien que me hablara, aunque sea que me diga dónde puedo comprar camotes a esta hora de la noche. ¿Qué puedo hacer ahora? No lo sé. Sólo sé que lo necesito demasiado, tanto o más como necesito un cigarro en este momento.
Por un momento escucho al silencio que aumenta. Algunas imágenes torcidas pasan por mi mente. Necesito un cigarro. Necesito hablar con alguien. Me siento terriblemente mal.
Ahora sólo sé que no soluciono nada aquí tirada sobre este sillón; a solas; a oscuras; masticando un chicle de menta para medrar mis ansias de nicotina; llorando; escuchando a Silvio Rodríguez decir: "el problema no es repetir el ayer como fórmula para salvarse, el problema vital es el alma, el problema señor sigue siendo sembrar amor".
La escena de la tienda pasa por mi mente como una película una y otra vez. Pienso: ¿Qué hubiera pasado si hubiera pedido una cajetilla de Marlboro en esa tienda? Quizás la cholita no me iba a entender, pero quizás una mano pudo acercar hacia mi boca un cigarro y encenderlo; después ambos sonreiríamos y conversaríamos. Tal vez deba salir corriendo ahora mismo, o esperar una eternidad hasta el otro sábado, a esta misma hora en la misma tienda.
Miro la ventana húmeda y pienso: me gustaría que lloviese a cántaros, así podría salir a caminar y podría llorar mucho, desahogarme mientras la lluvia se mezcla con mis lágrimas. Sería como un rito de purificación.
Imposible. La lluvia menuda sólo logra empañar la ventana. Me he cansado de llorar. Intentaré dormir, aunque es difícil cuando se tienen los ojos hinchados…

No hay comentarios:

Publicar un comentario